El despertar en una sala de hospital en un país extranjero, luego de una
cirugía de riesgo, con la angustia de la soledad en ciernes y descubrir de pronto
que ya no puedes hablar es una angustia que parte el alma de cualquier ser,
inclusive el de una guerrera.
Y es que Ángela, mujer trans migrante en Estados Unidos, con veintiséis
años de edad, acaba de pasar ese episodio. Tras la detección de una masa
tumoral alrededor de su cuello y luego de una intensa búsqueda de
recursos, esta joven guatemalteca se
sometió a una operación de alto riesgo en una clínica de Los Ángeles. El retiro
exitoso de la masa no impidió el que su voz fue afectada, sumiéndola en el
silencio, quizás para siempre y con el mañana comprometido a una serie de
exámenes y control médico para descartar, se va la vida en ello, posible
metástasis del cáncer que la ha afectado.
Y es que el pasado 27 de noviembre de 2015, la República de Guatemala se
convirtió en la primera del istmo centroamericano en proponer política pública
de salud específica para las mujeres trans: La Estrategia Integral y
Diferenciada en Salud fue socializada por el entonces ministro Mariano Rayo.
Aún con ello, las sombras de la exclusión, la falta de atención en salud, las
escasas oportunidades de desarrollo y el clima hostil y variante, orilla cada día
a buscar la sobrevivencia, por lo general fuera del país.
El Congreso de Guatemala debate legislación para jóvenes, mientras que
la sociedad de Guatemala tan poco esperanzadora, sigue negando el derecho a la
salud y a la propia existencia, levantando para ello la bandera de los valores
y el altar a religiones que proclaman amor y destilan indiferencia.
Mientras pasan los efectos de la anestesia, el alma guerrera de Ángela
sigue en la lucha por su vida a miles de kilómetros de su Alta Verapaz querido.
La vida se pelea palmo a palmo frente al cáncer, en tanto el cáncer de la
transfobia sigue carcomiendo a este nuestro pequeño país en la América Central
de la inequidad.
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